El histórico convento La Merced, donde se celebró la primera liturgia en Cali, se convierte en estas fechas en el corazón de una intensa actividad espiritual y artesanal. En vísperas de Semana Santa, el recinto religioso elabora 12 millones de hostias que serán distribuidas en más de 170 parroquias de la ciudad y municipios vecinos.
La demanda, que crece cada año, lleva al equipo habitual de cuatro personas a recibir apoyo de las misioneras agustinas recoletas, quienes se suman al proceso para empacar, contar y revisar los pedidos. Según explicó la hermana María Clara Crespo, el ritmo de producción alcanza el 80% de la capacidad diaria, y aún hay solicitudes en espera.
Cada paquete con 200 hostias tiene un costo de $5.000. Muchos fieles lo compran como una ofrenda y lo donan a sus iglesias locales para las celebraciones religiosas.
Un símbolo que trasciende: de la Última Cena al altar caleño
El pan ácimo, protagonista de la Eucaristía, no es solo un recordatorio. Para la Iglesia Católica, tras la consagración, se transforma en el cuerpo de Cristo mediante el misterio de la transubstanciación. Este concepto, fundamental para la fe cristiana, afirma que el pan cambia en esencia, aunque mantenga su forma y sabor.
Este rito se remonta a la Última Cena, cuando Jesús compartió pan y vino con sus discípulos, invitándolos a repetir el gesto en su memoria. Hoy, cada misa renueva esa promesa espiritual.
Cali, epicentro de una tradición milenaria
Durante la Semana Mayor, la ciudad no solo vive la fe en sus procesiones y templos. También la encarna en la labor silenciosa del convento La Merced, donde las hostias que llegarán a miles de creyentes son hechas a mano, con devoción y cuidado.
El significado del pan sin levadura tiene raíces en la Pascua judía, pero en el cristianismo toma una nueva dimensión: se convierte en símbolo del sacrificio de Cristo. El término “hostia”, que en latín hacía referencia a una ofrenda, cobra vida en cada comunión.
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Cali, con su legado religioso y sus manos consagradas al trabajo, se consolida como uno de los principales centros de producción de hostias del país, manteniendo viva una tradición que conecta lo artesanal con lo sagrado.