Donde antes se levantaban barricadas y se escuchaban cacerolas retumbar al ritmo de la indignación, hoy se gesta un proyecto colectivo que le apuesta a la transformación sin renunciar a la memoria. En la Autopista Simón Bolívar con Carrera 46, en pleno oriente de Cali, Puerto Resistencia deja atrás las trincheras para convertirse en un espacio de encuentro, arte y reconstrucción del tejido social. No se trata de olvidar lo que allí ocurrió durante el estallido social de 2021, sino de resignificarlo, integrando voces comunitarias, institucionales y del sector privado en un proceso que busca sanar sin borrar.
Durante los días más intensos de la protesta, este punto se consolidó como uno de los epicentros de resistencia juvenil en Colombia. Allí se agruparon jóvenes, madres comunitarias, colectivos artísticos y defensores de derechos humanos para reclamar mejores condiciones de vida. Puerto Resistencia se convirtió en un símbolo de lucha popular, autonomía barrial y desafío al olvido estatal, y por eso su nombre resonó más allá de Cali. Sin embargo, con el paso del tiempo y los nuevos retos sociales, muchos de quienes lo defendieron con el cuerpo y la voz sintieron que era momento de iniciar otro capítulo.
Una decisión que nació desde adentro
Este nuevo capítulo no surgió de una orden externa ni de una imposición institucional. Fue la misma comunidad la que decidió iniciar el desmonte de algunas de las estructuras físicas que permanecían desde la protesta, como casetas y espacios de resguardo. El gesto, lejos de significar una rendición, representa un acto simbólico de transición y madurez colectiva. La decisión fue tomada en el marco de diálogos sostenidos entre líderes barriales, la Alcaldía de Cali y organizaciones como Compromiso Valle, que han facilitado la construcción de consensos para lo que se ha denominado el “Bulevar de las Memorias”.
El proyecto, aún en etapa inicial, contempla la creación de un espacio abierto con mobiliario urbano, zonas verdes, una huerta comunitaria, puntos para la gastronomía local y lugares destinados al arte, la música y la conversación. La apuesta es combinar la memoria con el desarrollo económico y la cultura ciudadana, haciendo de Puerto Resistencia un sitio que cuente su historia sin estancarse en ella. No será un parque más, sino un territorio que recuerde sin resentimiento y que proponga desde la dignidad.
Una de las voces que ha acompañado el proceso es la de Johana Caicedo, secretaria de Paz y Cultura Ciudadana, quien destaca que este es un ejercicio de cocreación genuina. “Aquí no se llegó a imponer nada. Escuchamos a los jóvenes, a los vecinos, a los colectivos, y lo que se está construyendo es resultado de ese diálogo”, afirma Caicedo. Ya existe un diseño preliminar propuesto por un equipo de arquitectos y artistas urbanos, y en los próximos meses comenzarán mesas técnicas con otras dependencias distritales para afinar detalles.
María Isabel Ulloa, directora ejecutiva de ProPacífico, también ha sido clave en este proceso, a través de la articulación con Compromiso Valle. Para ella, lo que está ocurriendo en Puerto Resistencia “es un testimonio de que el diálogo, cuando es sincero y horizontal, permite avances reales y sostenibles”. Ulloa resalta que el liderazgo del territorio ha sido fundamental, pues ha demostrado que los jóvenes no solo protestan: también proponen, gestionan y transforman.
El futuro nace del mismo suelo que dolió
Pero quizá las palabras más contundentes han venido de quienes estuvieron en primera línea, no solo en sentido físico, sino emocional y político. Uno de ellos, conocido como Diego, lo dijo claro al inicio del desmontaje: “Puerto Resistencia no desaparece, esto apenas comienza”. Y su frase resume el espíritu de esta etapa: no es olvido, es evolución. Se trata de conservar lo que se aprendió en medio de la adversidad y proyectarlo en forma de iniciativas barriales que fortalezcan la convivencia, el cuidado mutuo y la resiliencia.
El proyecto tiene también un valor simbólico profundo para Cali. En una ciudad fragmentada por la desigualdad y marcada por narrativas estigmatizantes hacia sus jóvenes del oriente, la transformación de Puerto Resistencia es también una declaración de posibilidad: que es posible sanar desde el mismo lugar donde dolió. La comuna 16 y sus alrededores, que sufrieron el rigor del conflicto urbano, podrán ver en este espacio un punto de encuentro y no de confrontación.
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Al final, lo que emerge no es un parque ni un monumento. Es un bulevar vivo de memoria y paz territorial. Un sitio donde el recuerdo de la protesta no se reprime, pero tampoco se absolutiza. Puerto Resistencia está cambiando de forma, pero no de esencia. Sigue siendo un lugar de voces fuertes, solo que ahora hablan desde la esperanza y no desde la barricada. Y quizás ahí radica su verdadera fuerza: en saber adaptarse sin traicionar su raíz.