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De Medellín a Cali: el oscuro origen de la alborada que da la bienvenida a diciembre

Entre luces y ruido, esta práctica marca el inicio de diciembre en varias ciudades.

Cada año, entre la noche del 30 de noviembre y la madrugada del 1 de diciembre, las ciudades colombianas se llenan de ruido y luz. Los estallidos de pólvora iluminan barrios enteros y muchos los perciben como la bienvenida a diciembre y a la temporada navideña. Sin embargo, detrás de esta práctica conocida como “alborada” hay un origen que pocos recuerdan y que no comenzó como una fiesta familiar.

La primera alborada registrada ocurrió en Medellín en 2003, según distintos reportes. El Bloque Cacique Nutibara, un grupo paramilitar liderado por Diego Fernando Murillo Bejarano, alias “Don Berna”, se desmovilizó formalmente y decidió celebrar con pólvora masiva en los barrios donde tenía control.

Lo que parecía un festejo fue, al parecer, una demostración de poder. Los disparos de fuegos artificiales y voladores anunciaban la presencia de este grupo en varios sectores, el ruido generó miedo entre la población. Familias, animales y transeúntes vivieron la noche con incertidumbre, según algunos registros, muchos confundieron los estallidos con balas. Para algunos, fue un ritual de dominación más que una celebración.

Esta primera alborada se habría realizado en comunas como la 13, 8 y 16, y en corregimientos como Altavista y San Antonio de Prado. Desde entonces, el 1 de diciembre se convirtió en un día asociado al estruendo de la pólvora y a la inauguración no oficial de la temporada decembrina en Medellín.

De Medellín a otras ciudades

Con el paso de los años, la alborada dejó de ser exclusiva de Medellín. Se extendió a diferentes municipios del país, incluida Cali, entre las hipótesis de su expansión, se menciona que fue impulsada principalmente por la migración interna de personas provenientes de Antioquia y por la influencia cultural que llevó la práctica a otras regiones.

Hoy, barrios de Cali celebran la llegada de diciembre con pólvora, música y reuniones familiares. Para muchos, esta práctica ya forma parte de la identidad local durante el último mes del año, aunque su origen oscuro permanece desconocido para gran parte de la población.

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Organizaciones animalistas y autoridades locales recuerdan cada año que la alborada también tiene riesgos. Los estallidos provocan quemaduras, afectan a mascotas y animales silvestres, y en algunos casos generan emergencias médicas. Por eso, aunque la tradición se mantiene, también se han implementado campañas para que su desarrollo sea más seguro y responsable.

Reflexión sobre una tradición compleja

La alborada refleja cómo una práctica puede transformarse con el tiempo. Lo que comenzó como una demostración de poder paramilitar se convirtió en un ritual que muchos asocian con alegría, festividad y reunión familiar. Sin embargo, es importante reconocer su pasado y los riesgos que implica.

Cada año, al sonar los primeros estallidos de diciembre, la ciudadanía se enfrenta a un doble mensaje, por un lado, el inicio de un mes festivo; por otro, el recuerdo de un capítulo oscuro de la historia reciente de Colombia.

La alborada es, hoy, una costumbre que genera debate. Para algunos, es una oportunidad de unión familiar; para otros, un recordatorio de violencia y control territorial. Lo cierto es que, más allá del estruendo y la luz, invita a reflexionar sobre cómo las tradiciones se transforman y qué legado dejan en las ciudades colombianas.