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De la “Alianza inquebrantable” a la amenaza de guerra: Cómo se rompió la relación entre Estados Unidos y Colombia

Así pasó el discurso presidencial de EE. UU. de la ayuda militar a la amenaza directa.

La diplomacia tiene sus rituales, sus silencios y sus líneas rojas. Estados Unidos y Colombia se habían movido durante dos décadas dentro de un guion conocido: cooperación militar, presión antidrogas y un equilibrio cuidadoso entre soberanía y dependencia estratégica. Hasta ahora.

La advertencia del presidente estadounidense Donald Trump de que Colombia —como Venezuela— está “sujeta a ataques” por la producción y tráfico de cocaína no es solo un exceso retórico. Es un quiebre histórico. Por primera vez en el siglo XXI, Washington habla de Colombia no como un socio problemático, sino como un riesgo militar. La respuesta del presidente Gustavo Petro no dejó espacio para la ambigüedad: “Atacar nuestra soberanía es declarar guerra”.

El clima diplomático, que durante años parecía impermeable a los cambios de gobierno, se ha llenado de turbulencias. Para comprender cómo se llegó a este punto, basta seguir el rastro de las voces presidenciales. La historia del quiebre no está en los tratados, sino en las palabras.

2002–2008: Cuando éramos “aliados en la trinchera”

Hubo un tiempo en que Washington describía a Bogotá con un afecto casi paternal. En la era del Plan Colombia, el presidente George W. Bush veía en Álvaro Uribe a un defensor de “los valores democráticos” y en su gobierno, una muralla contra el narcoterrorismo. En las visitas oficiales, los discursos eran ceremonias de mutua reafirmación: sacrificio compartido, lucha común, agradecimiento público.

Uribe hablaba con la calma del que sabe que tiene un aliado incondicional. Repetía gratitud. Bush respondía con cheques y helicópteros Black Hawk.

Era la época en que la guerra antidrogas no admitía matices: Colombia era la víctima heroica, no el origen del problema.

2017: El año en que apareció el primer trueno

La luna de miel terminó cuando el crecimiento de los cultivos ilícitos comenzó a inquietar a Washington. Donald Trump, en su primer mandato, recuperó un término que Colombia creía enterrado: descertificación. El país volvió a escuchar la amenaza de figurar en la lista de Estados que no colaboran con Estados Unidos.

Juan Manuel Santos, que venía de firmar la paz con las FARC y recibir el Nobel, contestó sin perder el tono diplomático, pero levantando un muro de dignidad: “Nadie tiene que amenazarnos para enfrentar este desafío”. Recordó que Colombia había puesto los muertos y los éxitos.

Esa frase, aparentemente serena, inauguró una nueva etapa: por primera vez en años, Bogotá marcó límites.

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2019–2020: La era incómoda del glifosato

Si el 2017 abrió una grieta, el 2020 la convirtió en un cañón. Durante una visita de Iván Duque a la Casa Blanca, Trump lo presionó frente a las cámaras para reactivar la aspersión aérea con glifosato. No hubo diplomacia. No hubo filtros. Solo una reprimenda pública sobre hectáreas y resultados.

Duque, atrapado entre la Corte Constitucional y la necesidad política de mantener la relación con Washington, prometió “cumplir los requisitos” para volver a fumigar.

La escena dejó al descubierto la asimetría: el aliado del norte hablaba, y Colombia justificaba. El narcotráfico ya no era un enemigo compartido, sino un termómetro con el que Washington medía la obediencia.

2025: El día en que se rompió la voz

La escalada de esta semana cambió las reglas del juego. Trump, en un mensaje televisado, habló de “plantas de fabricación de cocaína” en Colombia y aseguró que cualquier país que produjera droga y la enviara a Estados Unidos “podía ser objeto de ataques”.

No habló de sanciones, ni de certificación, ni de planes conjuntos. Habló de ataques. En plural. En seco. Sin aclaraciones. Fue la primera vez que Estados Unidos puso a Colombia en la misma frase que Venezuela en clave militar. Petro respondió con una frontalidad que contrasta con las décadas de cautela diplomática: “Atacar nuestra soberanía es declarar guerra”. Y añadió un reto inesperado: invitó a Trump a acompañarlo a destruir laboratorios “sin misiles”. Lo dijo como quien muestra la realidad: “Si un país ha detenido miles de toneladas de cocaína, ese país es Colombia”.

Con ese intercambio, se cerró un ciclo histórico. La cooperación antidrogas dejó de ser un proyecto binacional para convertirse en un campo de disputa retórica.

¿Qué se rompió realmente?

La crisis actual no es solo un choque de egos presidenciales. Es la evidencia de que el modelo de lucha antidrogas, tal como fue concebido a inicios del siglo, ya no tiene consenso.

Estados Unidos exige resultados inmediatos, medibles en hectáreas. Colombia señala que el modelo fracasó y que no piensa subordinar su soberanía. Ambos tienen diagnósticos distintos, intereses distintos y ahora, discursos abiertamente contradictorios. Lo que antes se resolvía en despachos cerrados hoy ocurre a la luz pública, amplificado por redes sociales y agendas internas.

Una alianza que ya no habla el mismo idioma

Durante años, Washington y Bogotá se entendieron a pesar de sus diferencias. En 2025, dejaron de hacerlo incluso en lo esencial: cómo se debe hablar, quién marca el tono, qué significa “cooperar”.

Trump convirtió el problema en una amenaza militar. Petro lo convirtió en un asunto de dignidad nacional. Entre ambos discursos, la relación bilateral entró en su fase más tensa en más de dos décadas. La pregunta que queda en la mesa es simple y brutal: ¿cómo renegocian dos países una política común cuando uno habla de ataques y el otro habla de guerra? La respuesta definirá el futuro de una alianza que, hasta ayer, parecía imposible de romper.

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