Desde los inicios de la administración del alcalde Alejandro Eder, una de las principales problemáticas ha sido, sin lugar a dudas, la recuperación de la malla vial de Cali.
El alcalde, en sus primeros meses, lanzó anuncios ambiciosos: cifras optimistas de intervención y plazos agresivos, sin tener claro con qué presupuesto contaría. Dieciocho meses después, la situación sigue prácticamente igual. Lo más grave: la Secretaría de Infraestructura, encargada del tema, apenas ha ejecutado el 11 % de su presupuesto.
Ese vacío —y una ciudadanía hastiada de huecos, daños y accidentes— fue el terreno perfecto para que emergiera Samuel Merchán, convertido por algunos en símbolo de civismo y, por otros, en una especie de justiciero urbano. Merchán ha capitalizado el desgaste del gobierno para visibilizar una labor que muchos describen como “ciudadana” o “social”. Otros, simplemente la consideran oportunista.
El pasado fin de semana, se vivió un momento tenso entre la Alcaldía y Merchán. Según él, la Secretaría de Infraestructura intervino uno de los huecos que él ya había reparado, solo para verificar su trabajo. Esa escena, que generó indignación en redes, fue aprovechada con precisión narrativa por Merchán y su equipo: videos, lágrimas, apelación a la emoción y la sensación de que el “pueblo” es víctima del poder. Les funcionó. Incluso algunos políticos aprovecharon el momento para sumarse al acto y amplificar la narrativa.
Pero más allá del drama, vale la pena hacerse preguntas incómodas:
¿Esto realmente es una acción ciudadana desinteresada?
¿Hay un proyecto político detrás?
¿Las “donaciones” que dice recibir son verificables?
¿Y lo más importante: de verdad creemos que esta es la solución?
No. Esto no es una solución. Es apenas un síntoma de una enfermedad institucional más profunda: cuando el Estado no resuelve, el espectáculo ocupa su lugar.
Y ese espectáculo —emocional, narrativo, populista— ahora se adorna con frases como “estamos salvando vidas”, como si tapar un hueco con concreto sin estándares técnicos fuera una política pública. Pero cuidado: las vidas no se salvan con likes. Se salvan con planificación, inversión, ejecución y responsabilidad estatal.
Aquí el problema no es Samuel Merchán —se le puede reconocer la intención, al menos en el discurso—. El verdadero problema es lo que estamos dispuestos a aplaudir como sociedad, incluso cuando eso implica normalizar que un ciudadano supla al Estado.
¿De verdad merecemos tan poco como ciudadanos que celebramos que un influencer haga lo que un gobierno no ha querido —o sabido— hacer?
Si hoy validamos que un civil tape huecos, ¿qué vendrá mañana? ¿Puestos de salud informales porque el sistema colapsó? ¿Civiles armados patrullando barrios? ¿Grupos de vecinos arreglando redes eléctricas?
La presión al gobierno debe existir, y debe ser ejercida desde lo colectivo, lo político y lo público: marchas, plantones, denuncias, exigencias reales.
Lo otro —lo que estamos viendo— es abrirle la puerta a un vacío institucional maquillado de heroísmo narrativo, donde el Estado no gobierna… pero el show continúa.
Pablo Yamasaki
Asesor y Estratega Político | Experto en Tecnología | CEO CW+
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