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Garabatos: ‘Fito’: Cuando un amigo del alma se va…

Por Rubén Darío Valencia

No recuerdo con exactitud cuándo ni en qué circunstancia entró en mi vida hace ya más de 40 años. Tal vez fue en un acto trivial, un cruce insustancial en el mundo laboral. Pero lo que sí sé, y lo sé con certeza, es que aquel encuentro estaba destinado a ser para siempre. Porque ese hombre, Félix Hernando Hurtado Reina, al que todos llamábamos con cariño y pomposamente ‘Fito’, tenía el don de eternizar la amistad.

Inolvidable no solo por su generosidad proverbial, ni su humor agudo, ni su talento periodístico que convertía cualquier charla en una clase amena y docta. Era, además, por el recuerdo indeleble de su inmensa humanidad, reflejada tanto en su cuerpo imponente como en el alma noble, como de buey manso, que lo habitaba.

Desde entonces mi vida se llenó de ‘Fito’. Caminamos juntos en páginas escritas a dos manos, en redacciones fragorosas donde su sola presencia disipaba el desaliento. Su entrada por la puerta era como una verbena, una epifanía alegre. Llegaba siempre con las manos llenas, con algo para compartir, con esa luz propia que solo poseen los amigos que saben dar de sí mismos. Pocos podían resistirse a ese raro encanto de los gordos buenos, esos que cargan el corazón tan grande como su figura.

También compartimos caminos pedregosos, días de miedo y noches de incertidumbre, como aquella vez en que fui amenazado de muerte y me sostuvo erguido con su aliento fraterno. Y sufrimos juntos la tristeza inconsolable de perder a soldados de la verdad como Elmer Agudelo y Andrés Felipe Guevara, arrebatados por la violencia en la primavera de sus vidas.

Con su amada esposa, Deyanira Castro Cárdenas —compañera idónea para un hombre entregado a Cristo y mi eterna jefa de redacción en Q’hubo— formamos un triunvirato entrañable, tejido con hilos de trabajo, fe y amistad inquebrantable. Éramos, más que colegas, hermanos.

Fue ‘Fito’ quien me abrió la puerta al mágico mundo de la tauromaquia. Y en ese universo que también se nos muere hoy, me regaló amigos que fueron primero suyos y que, por esa extraña alquimia de su amistad expansiva, terminaron siendo míos: Jaime Fernández Naranjo, Diego Galviz Rivera, Demetrio Arabia Abraham. Tesoro heredado que me gastaré, Dios mediante, en cenas llenas de risas, chistes, anécdotas y recuerdos.

‘Fito’ era un bromista nato, de risa escandalosa y chiste fácil, dueño de un comentario ácido que siempre arrancaba carcajadas. Solía robarse el show siempre. Era un imán social, una caja de sorpresas, un carnaval perpetuo. Sentado en el rincón más oscuro, con la majestad de un buda bonachón, se volvía centro de reunión, un altar viviente al que todos acudíamos a beber de su alegría.

En lo profesional fue un trabajador incansable, perfeccionista, rápido para resolver, solidario pero exigente. Su huella en el periodismo es honda y visible: recorrió, como un palpador, las ondas radiales desde el Grupo Radial Colombiano, IRV, Colmundo, Súper, Caracol y Todelar, sembrando millones de palabras. También dejó páginas memorables en El País, Q’hubo y revistas especializadas en toros. Su legado está escrito con tinta indeleble.

El pasado 15 de septiembre, a las 5:20 de la madrugada, este hombre inmenso nos dejó tras una batalla feroz contra la enfermedad. Fue Deyanira, su refugio y fortaleza, quien me dio la noticia con esa llamada indeseada que nunca quise atender. “Mi Goido”, como yo aún solía decirle en recuerdo de aquella histórica gordura que la enfermedad fue consumiendo, había partido a la presencia del Señor.

Y es aquí, en medio de mi tristeza, donde encuentro mi gozo cristiano: ‘Fito’ entregó hace años su vida a Cristo. Caminó en sus senderos, le conoció, le escuchó y le obedeció. Conservo aún la Biblia enorme, de letras gigantes, que me regaló. Entonces la recibí con la indiferencia de un incrédulo, pero hoy comprendo que en ese gesto me estaba entregando el mayor tesoro: la Palabra viva que transformó mi vida. Gracias, amigo del alma, porque con ese libro inspiraste mi conversión. Fue tu mejor regalo.

Hoy sé que tu espíritu alegre está ya en la presencia del Creador. Allí sigues siendo ‘Fito’, pero sin las cadenas del pecado ni las heridas de la enfermedad. Allí esperas, con la esperanza que compartimos, la venida gloriosa de Cristo, cuando el cuerpo que hoy sepultamos con dolor te será devuelto transformado, glorificado, eterno. Y entonces serás ‘Fito’ para siempre.

Dios te conceda ver el rostro de Jesús. Gracias por todo. Te llevaste mis secretos, me quedé con los tuyos. Hasta siempre, amigo del alma.