Sebastián Bonilla, tío de Lyan Hortúa, no ocultó su frustración ante lo que considera una omisión dolorosa por parte del Gobierno. En una entrevista concedida a La FM, fue claro y directo: “El presidente nunca llamó a mi hermana. No hubo una palabra de consuelo, ni un gesto de solidaridad. Solo apareció con un trino 18 días después, cuando ya para qué”. Su testimonio refleja no solo el sufrimiento de una familia, sino también el sentimiento de abandono que, según él, padecieron en plena crisis. Para Bonilla, el silencio del mandatario no fue solo una falta de empatía, sino una muestra de desconexión con el drama de la gente común.
Lo que más dolió, asegura, fue la indiferencia institucional en los momentos más críticos. “Yo estuve ahí, en el momento del secuestro. Sentí el abandono total del Estado”, dijo, con la voz entrecortada. Bonilla, quien se convirtió en vocero natural de la familia durante el cautiverio del menor, sostuvo que esperaban más del jefe de Estado. No exigían milagros, pero sí presencia, palabra, respaldo. La ausencia de Gustavo Petro, en su opinión, agravó la angustia y marcó una distancia insalvable entre el poder y el ciudadano que sufre.
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Un rescate pagado y una familia endeudada
Más allá de las versiones oficiales, el tío de Lyan reveló que la libertad de su sobrino no fue resultado de un operativo exitoso, sino de una negociación forzada. “Pagamos un rescate porque no teníamos más opciones. La autoridad no ofreció soluciones reales, y el miedo por la vida de Lyan nos obligó a actuar”, aseguró. Aunque no reveló la suma entregada, indicó que la familia quedó endeudada, sin apoyo institucional y con la carga emocional de haber tenido que comprar la vida del niño ante la inoperancia del Estado.
La confesión también incluyó una crítica severa a la actitud de algunos funcionarios que, lejos de orientar, sugirieron negociar con los secuestradores. “Varios nos dijeron que no había de otra, que tocaba negociar”, relató. Bonilla describió la experiencia como una cadena de improvisaciones oficiales y decisiones personales al límite. Lo vivido, afirmó, debe marcar un precedente para que ninguna otra familia tenga que atravesar el mismo infierno por cuenta de la indiferencia estatal.
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Después del secuestro, el trauma y la verdad oculta
El tío también narró con tristeza el impacto emocional que el secuestro dejó en su sobrino Lyan. “Está muy nervioso, ansioso, asustado. Tiene las uñas comiditas, no puede dormir tranquilo”, dijo. El daño no se limitó a los días en cautiverio, sino que se prolonga en cada gesto del niño. Para la familia, ahora comienza una etapa distinta, igual de compleja: la reconstrucción emocional. “Este es el momento de rodearlo de amor, de hacerlo sentir seguro otra vez”, añadió el tío.
Junto con el dolor, vino también la indignación por las razones ocultas del secuestro. De acuerdo con versiones reveladas por medios, el caso estaría relacionado con conflictos entre bandas narcotraficantes, y no con extorsión directa. Sin embargo, Bonilla insistió en que su familia es trabajadora, honesta y completamente ajena a cualquier actividad ilegal. “Somos gente común. Nos levantamos a trabajar cada día. Nunca imaginamos estar en medio de algo así”, concluyó. Su voz, cargada de verdad y rabia, se ha convertido en símbolo de la impotencia ciudadana frente al abandono institucional.