La tensión volvió a encenderse en el Bajo Calima, zona rural de Buenaventura, donde la Armada Nacional se enfrenta a las disidencias de las Farc. Los combates mantienen en zozobra a cientos de habitantes, que nuevamente ven cómo la violencia altera su vida cotidiana. El choque armado refleja la disputa por el control territorial, un conflicto que persiste en medio de operaciones militares y el avance de estructuras ilegales que buscan imponer su dominio en la región.
Las confrontaciones han generado un clima de miedo que paraliza las actividades comunitarias y productivas. La población, atrapada entre el fuego cruzado, se encuentra sin garantías plenas de seguridad. Autoridades locales y organizaciones humanitarias advierten que esta situación no es un hecho aislado, sino parte de un patrón que afecta de manera constante al Pacífico colombiano, donde los grupos armados ilegales continúan ampliando sus corredores estratégicos.
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Comunidades atrapadas y confinadas
Más de 300 familias que habían regresado al corregimiento tras un prolongado desplazamiento ahora enfrentan un nuevo drama: el confinamiento. El retorno que alguna vez significó esperanza se transformó en incertidumbre ante la imposibilidad de moverse libremente o de acceder a bienes básicos como alimentos y medicinas. La comunidad vive bajo la presión de los actores armados, que imponen restricciones en su territorio.
El confinamiento impacta especialmente a mujeres, niños y adultos mayores, quienes permanecen en condiciones de vulnerabilidad. Las escuelas han tenido que suspender actividades, y los líderes comunitarios denuncian la ausencia de atención suficiente por parte del Estado. Los testimonios de los habitantes evidencian un temor constante a que los enfrentamientos se intensifiquen y deriven en un nuevo desplazamiento masivo.
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Llamado urgente a la acción humanitaria
Frente a este escenario, organizaciones sociales y defensores de derechos humanos exigen una respuesta inmediata. Reclaman la intervención de las instituciones para garantizar la protección de la población y la llegada de ayuda humanitaria. La situación demanda corredores seguros para el suministro de alimentos, atención médica y acompañamiento psicosocial para las familias que permanecen aisladas.
El Bajo Calima se ha convertido en un espejo de la compleja crisis humanitaria que enfrenta Buenaventura y gran parte del litoral Pacífico. Mientras las operaciones militares intentan recuperar la tranquilidad en la zona, las comunidades insisten en que la solución no puede limitarse al componente de seguridad. También es necesario fortalecer la inversión social, abrir oportunidades de desarrollo y consolidar la presencia institucional de manera permanente.