En medio de las noches caleñas, donde el arte se mezcla con la historia y la vida cultural fluye por sus calles, un edificio se destaca no solo por su arquitectura imponente, sino por el mensaje que hoy proyecta con luces. El Teatro Municipal Enrique Buenaventura, uno de los escenarios más emblemáticos de Cali, ha decidido alzar la voz con el lenguaje que mejor conoce: la expresión simbólica. Desde el inicio de junio, su fachada se ilumina con los vibrantes colores de la bandera LGBTIQ, en una iniciativa que transforma el espacio en un acto de reconocimiento y visibilidad para las diversidades sexuales y de género.
Lejos de ser un gesto decorativo, esta decisión busca resonar con fuerza en el corazón de la ciudad. Con el respaldo de la Unidad Administrativa Especial de Servicios Públicos (UAESP), la iluminación del teatro se convierte en una declaración de principios. No se trata solo de sumarse a una conmemoración internacional, sino de asumir una postura activa desde la cultura, pues es un espacio que históricamente ha contado historias ahora también se encarga de defenderlas.
El arte como espejo de lo que aún duele
El compromiso del teatro con la inclusión no se limita a lo visual. Como parte de su programación especial por el Mes del Orgullo, el escenario caleño recibirá el próximo 24 de junio una de las obras más poderosas del teatro latinoamericano contemporáneo: Testosterona. Esta pieza, escrita y protagonizada por el periodista argentino Cristian Alarcón, y dirigida por la reconocida artista Lorena Vega, es mucho más que una obra dramática. Es un relato íntimo, una herida expuesta y al mismo tiempo una denuncia profundamente poética.
En Testosterona, un cuerpo se convierte en archivo viviente. El protagonista revive un capítulo doloroso de su adolescencia: el momento en que fue sometido a un tratamiento hormonal para impedir que “se volviera homosexual”. Pero el montaje no se queda en la exposición del trauma, lo trasciende, lo transforma, lo convierte en danza, en palabra, en imagen, en resistencia. La puesta en escena dialoga con la poesía, la botánica, el arte digital y la memoria corporal para construir un manifiesto sobre la libertad de ser.
La crítica ha descrito la obra como un viaje sensorial que desafía los límites del teatro tradicional. No es exagerado decir que su impacto va más allá del escenario. Es un ejercicio colectivo de revisión, una pregunta lanzada al público sobre lo que significa ser hombre, sobre los moldes que la sociedad impone y las violencias que muchas veces se disfrazan de “normalidad”. Por eso, esta única función, programada para las 7:30 p.m. en la Sala Principal, promete ser una de las citas teatrales más conmovedoras del año.
Una ciudad que se enciende para no callar
La decisión del Teatro Buenaventura de acompañar esta función con una fachada iluminada no es casual. Tiene la intención de convertir el espacio público en un lugar de memoria, conversación y posicionamiento. En palabras de su director, Jaime Tenorio, se trata de reconocer que el arte no puede estar aislado de los temas que atraviesan a la sociedad. “El respeto por la diferencia tiene que sentirse, vivirse y mostrarse. Por eso iluminamos nuestra casa, para que todas las personas se sientan bienvenidas, vistas y celebradas”.
Este tipo de gestos, aunque simbólicos, tienen un impacto real. Porque cuando un edificio como este, cargado de historia y tradición, se viste con los colores del orgullo, también está ayudando a derribar prejuicios, a construir una ciudad más empática, más abierta, más dispuesta a escuchar. Y en un país donde aún se registran actos de discriminación, agresiones y silencios forzados, esa luz se vuelve necesaria.
La programación por el mes de junio incluye además espacios de reflexión y otras actividades que buscan acercar al público a las historias de quienes han sido marginados por su identidad o su orientación. En ese sentido, el teatro no solo ofrece espectáculos: ofrece contexto, comunidad y conciencia.
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Cali, que ha sido cuna de movimientos culturales poderosos y casa de artistas disruptivos, suma así una nueva página a su historia creativa. El Teatro Municipal, más allá de los aplausos y las cortinas que suben, está apostándole a una misión mucho más profunda.
