En medio de una ceremonia cargada de emoción, el Ejército Nacional despidió a Sansón, un perro antiexplosivos cuya historia traspasa los límites del adiestramiento militar para convertirse en símbolo de heroísmo silencioso. No tenía voz, pero su ladrido alertó más veces de lo que muchos sabrán. Durante su servicio en diferentes zonas del país, su olfato agudo y su valentía salvaron 36 vidas humanas, un número que no alcanza a expresar la magnitud de su legado. Con él se va una parte del alma de muchos soldados que caminaron seguros gracias a sus pasos.
Nacido y entrenado en la Sección Canina de Bucaramanga, Sansón mostró desde sus primeros días un nivel de concentración y obediencia fuera de lo común. Su entrenamiento lo preparó para detectar lo que otros no pueden ver: minas antipersona, explosivos improvisados y municiones sin detonar. Pero lo que lo hizo único no fue solo su capacidad técnica, sino esa especie de vínculo inexplicable que desarrolló con su guía y el resto del pelotón. En lugares como Ocaña, Cantagallo, La Nutria y Yondó, fue parte esencial del equipo, cruzando con valentía terrenos minados sin dudar.
Su última misión fue el 10 de julio, en zona rural del municipio de Yondó, Antioquia. Sansón detectó un artefacto explosivo oculto, avisó como siempre lo hacía y evitó lo que habría sido una tragedia. La explosión fue inevitable. El impacto le arrancó una extremidad. Pese a los esfuerzos de los veterinarios y cinco días de cuidados intensivos, su corazón se detuvo, pero no antes de haber cumplido una vez más su tarea. Con esa última alerta, Sansón volvió a salvar vidas. Y con su muerte, reforzó su imagen como un héroe que nunca retrocedió.
Un adiós entre aplausos y flores: el reconocimiento de un país
El homenaje oficial se realizó en la Escuela de Ingenieros Militares en Bogotá, donde sus compañeros humanos y caninos lo despidieron con honores. Hubo una ofrenda floral, discursos de gratitud y un momento que difícilmente olvidarán quienes compartieron misiones con él. Su presencia era más que la de un animal entrenado, era un compañero de batallas. En ese homenaje no solo se recordaron sus hazañas, sino también ese compañerismo silencioso que desarrolló con los soldados, y la forma en que protegía sin pedir nada a cambio.
La despedida no se limitó a Bogotá. En Barrancabermeja, ciudad símbolo de la defensa nacional, también se le rindieron honores en el monumento a los Héroes del Batallón de Artillería de Defensa No. 2. Allí, su historia fue contada como representación de todos los binomios caninos que trabajan día y noche en silencio, en los rincones más peligrosos del país. Sansón se convirtió en un emblema de esa labor anónima y vital. En su nombre, se reconoció la labor de todos los que, como él, tienen como única misión detectar la muerte para proteger la vida.
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Hoy, Sansón no patrulla más las trochas ni rastrea explosivos. Pero su imagen permanece viva entre quienes entienden que la valentía no siempre se mide en combates cuerpo a cuerpo. A veces, se expresa en un gesto, un ladrido, una alerta a tiempo. Su legado, más allá de la técnica, deja una lección clara. Y a veces, el más grande de los héroes camina en cuatro patas, con la cola en alto y la mirada fija en su propósito.