En Cali, las comunas del oriente siguen siendo terreno fértil para las organizaciones armadas que, a través del miedo y el engaño, buscan controlar el futuro de los más jóvenes. Barrios como Llano Verde, con sus calles estrechas y viviendas humildes, se han convertido en escenario de una peligrosa estrategia: el reclutamiento de menores con falsas promesas de un mejor porvenir.
A los niños y adolescentes les ofrecen cupos en supuestas escuelas de fútbol o empleos en fincas cafeteras. Pero detrás de estas promesas se esconde una intención mucho más oscura que es incorporarlos a las filas de disidentes armados, obligándolos a portar armas y abandonar su infancia. Esta modalidad, que mezcla manipulación emocional con amenazas, viene expandiéndose en zonas como Ciudad Córdoba, El Diamante y El Vergel, según ha advertido la Personería de Cali.
A solo unos metros de estaciones de Policía, han aparecido grafitis con mensajes alusivos a las disidencias de las Farc. Estas señales, lejos de ser simples actos vandálicos, son advertencias silenciosas. Marcas de territorio que buscan imponer el miedo y consolidar su presencia sin necesidad de disparar un arma.
El personero de Cali, Gerardo Mendoza, visitó personalmente algunos de los barrios afectados. Allí escuchó los temores de los vecinos, muchos de los cuales viven entre la desconfianza y el deseo de no ser los próximos en la lista de amenazas. Mendoza calificó como inadmisible que se permita esta intimidación a escasos metros de la fuerza pública y exigió respuestas inmediatas.
Una violencia que se repite y se transforma
La sombra de la violencia no es nueva en este sector. En agosto de 2020, cinco adolescentes fueron asesinados en un cañaduzal cerca de Llano Verde. Aquel crimen dejó marcada a toda una comunidad y evidenció cómo los grupos armados aprovechan el abandono estatal, el desempleo y la pobreza para sembrar sus redes.
El pasado 12 de enero, otro episodio trágico sacudió el oriente de la ciudad. En un ataque armado, fueron asesinadas tres personas, entre ellas un joven con síndrome de Down y su madre. La Personería no tardó en vincular este hecho con el accionar del microtráfico y las estructuras delincuenciales que operan en la zona, muchas veces en alianza con el narcotráfico.
Más allá de los disparos y las pintas en las paredes, hay una violencia silenciosa que golpea con igual fuerza: la falta de oportunidades. Las bandas armadas aprovechan la deserción escolar, la escasa oferta de empleo juvenil y el abandono institucional para pescar en río revuelto.
La Personería ha alertado sobre la forma en que estas estructuras criminales no solo reclutan jóvenes, sino que también erosionan el tejido social, obligando a comunidades enteras a normalizar la presencia de grupos armados como si fueran parte del paisaje.
Un llamado urgente a actuar
Frente a este panorama, Mendoza insistió en que la respuesta del Estado debe ir más allá del discurso. Reforzar la seguridad en las zonas más golpeadas por la violencia es apenas el primer paso. La verdadera transformación llegará cuando los jóvenes tengan alternativas reales. Educación, emprendimiento, deporte verdadero, y no una trampa disfrazada de balón o sembrado.
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También reiteró su petición al Gobierno Nacional para que priorice la seguridad del oriente de Cali. Porque mientras los delincuentes avancen con promesas y amenazas, muchos niños seguirán viendo como única salida el camino que lleva a un uniforme camuflado.