Por Rubén Darío Valencia
Lo confieso: seguí la audiencia de promulgación del veredicto que declaró culpable a Álvaro Uribe Vélez montado en una montaña rusa emocional. Al comienzo con gran expectativa, luego con asombro, cuando la introducción de la juez fue una disquisición ideológica, política, feminista, elementos extraños para una sentencia judicial; y, finalmente, con una profunda decepción cuando, página a página, de las 1.000 que tenía su acusación, nos fue llevando sin discusión al sentido inexorable de condena.
Fue en su comienzo una diatriba política en la que se reivindicó al pueblo, a la mujer, en una actuación atípica, engorrosa, por fuera de los cánones de la simplicidad, la economía y la ponderación necesarias para que no se afecte la credibilidad del sentido del fallo.
No había ninguna esperanza. No había equívoco. La juez penal 44 Sandra Heredia no sólo avaló como válidas las pruebas más controversiales del proceso de 13 años como las interceptaciones ilegales de la Corte Suprema contra el ex Presidente Uribe y su abogado Diego Cadena, sino también los relojes espías, manipulados e inservibles de acuerdo con las pruebas obradas en las audiencias; desechó uno a uno, con argumentos de sospechosa juridicidad, los testigos de la defensa y aprobó, con generosa aquiescencia, todos los de la Fiscalía.
Pero no de cualquier manera. La juez prácticamente derribó el muro de la contención hermenéutica llamando a los sujetos procesales claves con valoraciones altamente subjetivas, como al testigo estrella Juan Guillermo Monsalve, de quien dijo era un pobre hombre sufrido, creíble, con honor, un campesino de familia y víctima de un aparato carcelario que lo trataba mal y de unos abogados perversos que lo querían inculpar.
También dijo de su mujer, la médica Deyanira Gómez, a quien calificó de desvalida y perseguida por ser mujer, una esposa valiente y fiel. Igual fue el tratamiento para el senador Iván Cepeda, el mayor contradictor del acusado, a quien calificó de ser un hombre al que no le atribuyó evidencia en querer perjudicarlo, y valoró sus actuaciones en torno a los supuestos ofrecimientos en la cárcel como el de un trabajador incansable por los derechos humanos.
En cambio, los testimonios de la defensa técnica fueron desestimados como incompletos, intrascendentes, no relevantes y sin crédito, pese a todo el acervo probatorio mostrado en las audiencias y que buena parte del país y del mundo pudieron ver como si fuera una telenovela.
Oír a la juez sustentar sus derroteros jurídicos para desestimar los argumentos y testimonios presentados por la defensa no es más que ver un discurso apologético en defensa de una de las partes, más que el texto de una sentencia con todas las de la ley.
A lo largo de una lectura de más de 9 horas, la señora togada destruyó argumentos probados y construyó otros que no tiene como sustentar porque sólo son de su autoría y no del universo del juicio, en un esfuerzo revesero por desmontar las bases de la estructura de pruebas testimoniales, documentales y técnicas de la defensa.
Nos quedó el sabor de un juzgamiento asimétrico, lleno de valoraciones políticas e ideológicas de mala calidad jurídica. Hablar de reuniones por gestión divina entre actores procesales, de alineación de astros para la formalidad de los hechos materia de juicio, o llamar solemnes desconocidos a testigos, de agentes diabólicos, y de calificar como un hecho oscuro de la patria el tema del Bloque Metro para desecharlo como asunto del veredicto, nos confirman esa asimetría.
Lenguaje antijurídico, cargado de adjetivos sin pertinencia, de calificaciones antitécnicas y sin la majestad debida para dictar una sentencia sobre la vida de un hombre. El juez debe mantener una postura objetiva e imparcial, basándose con pulcritud e independencia en las evidencias.
Incluso, en uno de los aspectos más asombrosos de la sentencia, la juez califica de falacia discursiva una declaración grabada de Uribe donde este da instrucciones precisas de que se cuente la verdad “y no lo vayan a enredar con mentiras”.
Pero es lo que hay. Es la juez y su fallo, apegado al dedillo a la tesis defendida por la Fiscalía a lo largo de todo este juicio, es el que hay que acatar y respetar a rajatabla, así no se esté de acuerdo con él. Habrá tiempo para los recursos que prevé la ley.
La raya al tigre ya está hecha. Porque no habrá tiempo para que una segunda instancia confirme o revoque el rocambolesco fallo. El mal ya está hecho: Uribe será políticamente sospechoso e ideológicamente culpable.