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Maternando en situación de calle: historias de mujeres resilientes

Piedad, Johana y Lady Viviana son madres que lucharon cada día por criar en condiciones extremas y sin garantías.

En las aceras frías y los parques olvidados de Cali, donde la indiferencia suele pasar de largo, hay mujeres que resisten con una fuerza silenciosa. Son madres que, lejos de la estabilidad de un hogar, han enfrentado la maternidad desde la calle. Sin protección, sin redes de apoyo y muchas veces sin reconocimiento, han criado a sus hijos con lo único que no les ha faltado: amor.

Piedad Molina, Lady Viviana Y Johana Mosquera son parte de esa realidad oculta que casi nadie quiere mirar. Enfrentan la inseguridad, el estigma, el abandono institucional y la pobreza extrema, pero aún así decidieron cuidar, proteger y criar. Esta es su historia, contada con la dignidad que la calle no logró arrebatarles.

La maternidad en la calle es un acto de supervivencia solitaria: sin redes de apoyo, pero con amor incondicional.

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Llegar a la calle: el camino de mujeres marcado por el abandono

Piedad, Johana y Lady llegaron a las calles cuando aún eran adolescentes, entre los 12 y los 16 años, arrastradas por una combinación de factores que marcaron su destino demasiado pronto. Problemas familiares, la falta de afecto o el abandono las empujaron a buscar refugio fuera de casa, donde rápidamente quedaron expuestas a ambientes de alto riesgo. Las malas influencias y el consumo de sustancias psicoactivas se convirtieron en parte de una rutina que parecía no tener salida, mientras la calle las envolvía con una crudeza que ninguna niña debería enfrentar.

“Fui una mujer que estuvo 30 o 35 años en las drogas, empecé muy niña por llenar vacíos. Caí en las garras de la droga y nunca me olvido de la primera vez que la probé, tenía 12 años de edad, un amigo me la dio a probar y ahí me quedé. Es una vida muy dura”, expresó Piedad.

Piedad Molina: ” A los hijos con madres en las drogas, que se llenen de tolerancia y amor, es muy duro. Lo veo reflejado cuando mi hija me buscaba bajo de un puente”.

En medio de ese entorno de vulnerabilidad, algunas enfrentaron embarazos no deseados cuando apenas estaban empezando a entender su propia vida. Sin orientación, sin apoyo y sin un sistema que respondiera, la maternidad llegó como una consecuencia más del abandono. A pesar de su juventud y de la dureza de las circunstancias, cada una de ellas encontró en sus hijos una razón para resistir y transformar, poco a poco, su historia marcada por la exclusión.

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Ser madre en la calle: amor sin garantías

Ser madre en la calle no trae promesas ni seguridades. Para Piedad, Johana y Lady Viviana, la maternidad llegó sin aviso, en medio del caos y la incertidumbre. No hubo ecografías en clínicas, ni apoyo familiar, ni celebraciones por la nueva vida que crecía en sus vientres. Solo miedo, silencio y el peso de una responsabilidad que parecía inmensa. Aun así, eligieron enfrentarla con amor, sosteniéndose en su instinto y en la necesidad de proteger a quienes dependían completamente de ellas.

“Cuando mi hija nació a mis 16 años, mi mamá decidió sacarme de la casa con la niña. Yo iba a terminar el colegio cuando nació. Mi mamá me dijo que si le hubiera contado la verdad desde un comienzo las cosas habrían sido diferentes… Mi mamá me quitó a la niña, no me la dejaban ver los primeros cuatro años y me pedía plata, yo no accedí y comencé con el consumo de drogas”. contó Lady.

Lady Viviana: “Ahora hablo con mi hija por video llamadas, como recuperando todo el tiempo perdido”.

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Sin respaldo: cuando el Estado no aparece

La ausencia del Estado ha sido una herida constante en la vida de Piedad, Johana y Lady. Pocas veces encontraron una mano verdadera que las sostuviera. Las promesas de atención integral, protección infantil o acompañamiento social quedaron en palabras sueltas. Muchas veces, sus peticiones fueron ignoradas o respondidas con indiferencia, y lograron recibir apoyo de muy pocas personas.

“Yo sola hacía todo, en ese momento no tenía apoyo. Me enfrentaba a que a mis hijos les pasara algo en las calles o que me los quitaran por estar en las drogas, se sentía un rechazo por parte de la sociedad y las puertas siempre se cerraban. contó Johana recordando su proceso de maternidad.

Johana Mosquera: “Para mi siempre fue una compañía tener a mi bebé siempre en brazos. Fue mi motor para salir adelante”.

Ser madre en la calle, sin respaldo institucional, las obligó a aprender a sobrevivir solas. En una búsqueda incansable, de un día más resistiendo entre la precariedad. No hubo programas institucionales constantes ni políticas efectivas desde las autoridades que les garantizaran el mínimo bienestar. La maternidad, en lugar de ser protegida por el Estado, fue empujada a la orilla del olvido. Allí, entre la informalidad y el abandono, estas mujeres lucharon por criar, sin más escudo que su propio esfuerzo hasta encontrar una mano amiga como Samaritanos de la calle en Cali.

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Un mensaje al mundo: la maternidad también habita en la calle

Criar en la calle es enfrentarse a un mundo donde todo representa un riesgo: la inseguridad, la violencia, el hambre y la constante amenaza de que el sistema les quite a sus hijos. Desde la profundidad de sus vivencias, Piedad, Johana y Lady Viviana levantan la voz para recordar algo esencial: la maternidad también habita en la calle. Sus historias no piden lástima, sino reconocimiento. Hablan para una sociedad que suele mirar hacia otro lado, que juzga sin entender y que muchas veces niega la existencia de madres que, aunque sin techo, ejercen su rol con compromiso y amor. Ellas quieren ser vistas no como un problema, sino como mujeres que, pese a todo, no han dejado de cuidar, de luchar y de amar.

A otras madres que enfrentan la misma realidad, les envían un mensaje de esperanza y resistencia. Les dicen que no están solas, que aunque el camino sea duro, sí se puede seguir adelante. Sus palabras son un acto de dignidad, una forma de reafirmarse como sujetas capaces, valientes y llenas de amor. En medio del olvido y la exclusión, su testimonio es un llamado urgente a la empatía y a la acción: porque ser madre no debería ser un acto de sobrevivencia, sino un derecho protegido sin importar dónde se ejerza.

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