La Iglesia católica se prepara para uno de sus momentos más solemnes y decisivos, la elección de un nuevo papa. El cónclave, ceremonia cargada de simbolismo y secreto, no solo define al nuevo líder espiritual de más de mil millones de fieles. También pone a prueba la capacidad de consenso de los cardenales reunidos en la Capilla Sixtina. Su duración puede oscilar entre unas pocas horas y varios días.
No hay un tiempo exacto, puesto que la elección del papa depende del clima entre los cardenales, de la claridad con que se perfilen los candidatos y de las tensiones internas. En el siglo XXI, los cónclaves han sido más breves. El de 2013, que eligió al papa Francisco, duró apenas dos días. Un ritmo similar tuvo el de 2005, cuando fue elegido Benedicto XVI.
En cambio, el cónclave de octubre de 1978, que proclamó a Juan Pablo II, se extendió por tres días y ocho rondas de votación. En este contexto, muchos cardenales esperan que el próximo proceso sea igualmente breve. “Tengo las ideas claras”, afirmó el cardenal Raphael Sako, aludiendo a una atmósfera de fraternidad que podría agilizar la decisión.
Foto tomada por Murad Sezer
Actualmente, solo se utiliza el método de scrutinium, una votación secreta y escrita. Cada cardenal escribe el nombre de su elegido en una papeleta, bajo la frase en latín Eligo in Summum Pontificem. Luego la deposita solemnemente en un cáliz sobre el altar. Para que haya papa, se necesitan dos tercios de los votos, si no se alcanza pues se repite la votación ese mismo día.
Récords históricos: del encierro forzado al papa exprés
El cónclave más largo de la historia duró la increíble cifra de 33 meses y ocurrió en Viterbo entre 1268 y 1271. El conflicto entre facciones italianas y francesas bloqueó cualquier consenso. Las autoridades civiles intervinieron: encerraron a los cardenales, les quitaron el techo del edificio y les redujeron la comida a pan, vino y agua. Solo así lograron la elección de Gregorio X.
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El más corto, en contraste, sucedió en 1503 y duró apenas diez horas. Tras la muerte de Pío III, los cardenales eligieron rápidamente a Giuliano della Rovere, quien se convirtió en Julio II. Una vez elegido el nuevo pontífice, las papeletas son quemadas. Si el humo es blanco, el mundo sabe que hay un nuevo papa. El anuncio llega desde el balcón de la Basílica de San Pedro, con las palabras: Habemus Papam. Un rito que, pese al paso del tiempo, sigue conmoviendo a millones.