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Desplazados de Jamundí claman por retorno seguro

Campesinos desplazados de Ampudia narran el miedo que vivieron por los combates. Claman al Gobierno garantías para regresar.

El drama del desplazamiento forzado volvió a azotar el suroccidente del Valle del Cauca. Esta vez, los protagonistas son más de 360 campesinos del corregimiento de Ampudia, en zona rural de Jamundí, quienes se vieron obligados a abandonar sus hogares tras fuertes enfrentamientos entre el Ejército y la estructura Jaime Martínez de las disidencias de las FARC.

Los combates comenzaron de forma sorpresiva. En cuestión de minutos, familias enteras salieron como pudieron, sin tiempo para empacar nada más que una muda de ropa y algo de esperanza. “Salimos con la ropita no más,” cuenta uno de los afectados. “Lo material se consigue, ¿pero la vida? Uno siente miedo, claro, pero como dice el dicho: no hay como la tierra de uno.

La frase resume una mezcla de dolor, resignación y apego al territorio. Muchos de ellos llevan décadas cultivando en la zona y jamás imaginaron que tendrían que huir del monte por causa de la guerra.

El Coliseo: un techo temporal, no una solución

Los desplazados fueron trasladados de urgencia al coliseo del sector Alfaguara, en la cabecera municipal. Desde el martes por la noche, permanecen allí recibiendo ayuda humanitaria básica por parte de la Alcaldía de Jamundí, la Defensoría del Pueblo, organismos internacionales y organizaciones sociales.

Les han entregado alimentos, colchonetas, kits de aseo y atención médica. Sin embargo, el temor, la incertidumbre y la sensación de abandono no se resuelven con mercados. La mayoría de estas personas solo quiere una cosa: volver a su tierra, pero con garantías.

“Nosotros salimos cuando nos cayó una bomba muy cerca,” relata otra habitante. “Ellos lanzan eso sin mirar a quién matan o qué destruyen. Si las cosas no cambian, no queda otra que regresar a recoger lo que se pueda, aunque dé miedo.”

El testimonio revela la desprotección con la que viven muchas comunidades rurales. La amenaza no solo proviene de los grupos armados, sino del olvido institucional que los ha dejado en medio del fuego cruzado.

Zona minada, zona olvidada

Mientras las autoridades locales gestionan ayudas y la solidaridad civil intenta amortiguar el impacto, el Ejército confirmó la desactivación de más de 10 artefactos explosivos improvisados en la zona donde ocurrieron los enfrentamientos. Esto revela que el territorio ha sido sembrado con trampas mortales, lo que hace aún más difícil y peligrosa la posibilidad de un retorno seguro.

La comunidad ha hecho reiterados llamados al Gobierno Nacional. Piden presencia institucional permanente, no solo militar, sino también en salud, educación y proyectos productivos que permitan resistir en el territorio sin depender de actores ilegales.

La ciudad es dura pa’l campesino,” dice uno de los desplazados, al referirse a lo que ha significado dejar su entorno rural para enfrentarse a la vida urbana. “Aquí no estamos enseñados. Vivimos con miedo, sí, pero allá, por lo menos, tenemos lo nuestro.”

Un conflicto estructural

Este nuevo desplazamiento forzado en Jamundí no es un caso aislado. El municipio es uno de los más golpeados por la reconfiguración del conflicto armado en el Valle del Cauca. Su cercanía con el norte del Cauca y el Parque Nacional Natural Farallones lo ha convertido en un corredor estratégico para el narcotráfico, las rutas ilegales y la presencia de estructuras armadas que se disputan el control territorial.

Pese a los anuncios oficiales de diálogos de paz y presencia del Estado, los hechos en Ampudia evidencian que la población sigue enfrentando la guerra sola. Se estima que, solo en lo corrido del año, más de 1.000 personas han sido desplazadas en el Valle del Cauca por hechos de violencia asociados al conflicto armado.

La situación pone a prueba la voluntad del Gobierno Nacional y las autoridades locales. Mientras tanto, los rostros en Alfaguara siguen esperando una respuesta, una señal de que podrán volver a su tierra sin temor a las bombas, las balas o las minas.

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Por ahora, el coliseo es su refugio. Pero en el fondo, cada conversación, cada palabra, cada silencio compartido entre colchonetas, habla de lo mismo: el deseo de volver a casa.

Volver al cafetal, al maíz, a los árboles de guayaba. Volver a la rutina de ordeñar, sembrar y cosechar. Volver, sí. Pero con vida.

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