Bogotá recibió este martes a más de 200 colombianos que fueron deportados desde Estados Unidos en dos vuelos procedentes de Texas y California. El retorno de estos connacionales se da en medio de un panorama tenso entre ambos gobiernos y con testimonios que dejan en evidencia las duras condiciones que enfrentaron en el proceso.
La Cancillería colombiana informó que, antes de abordar los vuelos de deportación, los migrantes recibieron apoyo legal y alimentación a través del Consulado en Houston. Sin embargo, la manera en la que muchos fueron tratados durante su detención y deportación ha despertado indignación. Para algunos, la experiencia fue simplemente insoportable.
Además, el pasado lunes, el presidente Donald Trump se refirió a los colombianos deportados como “asesinos, capos de la droga, miembros de pandillas”, sin aclarar que en este tipo de vuelos vienen personas a quienes un juez les ha rechazado, por ejemplo, una solicitud de asilo o connacionales que simplemente son sorprendidos por las autoridades en una situación migratoria irregular.
Uno de los afectados es Carlos, un barranquillero que viajó con su hijo de 17 años. Su travesía duró poco más de dos semanas antes de ser capturado en Texas. Estuvo cinco días en un centro de detención en California y luego dos más en Texas antes de ser subido al avión de regreso. Carlos describe haber recibido comida en mal estado y, para su sorpresa, su hijo fue esposado a pesar de ser menor de edad. “Que no dejen a los demás allá, el trato es horrible”, expresó con rabia y frustración. Su historia es una de muchas que reflejan la dureza del proceso migratorio en Estados Unidos bajo la actual administración.
Sueños frustrados en tierra ajena
El caso de Alexander es diferente, pero igualmente desalentador. Ingeniero mecatrónico, decidió migrar con la esperanza de encontrar mejores oportunidades. Pagó 10.000 dólares a un “coyote” para cruzar desde México hacia Estados Unidos. Se entregó a las autoridades con la intención de pedir asilo, pero terminó en un centro de detención. Su experiencia fue desagradable, aunque reconoce que recibió comida, ropa y elementos de aseo. “En una cárcel colombiana tratan peor”, comentó con resignación.
Para Alexander, la realidad golpeó con fuerza. Mientras algunos lograban entrar al país norteamericano y avanzar en sus procesos migratorios bajo administraciones anteriores, la situación ha cambiado drásticamente. Él creía que podía iniciar su solicitud de asilo y trabajar mientras se resolvía su caso, pero no tuvo esa oportunidad. Ahora, de vuelta en Colombia, no tiene claro su futuro. “Echarle ganas”, dice, aunque sin mucha esperanza.
Por otro lado, José, docente de profesión, dejó su empleo en un call center tras quedar desempleado y partió rumbo a EE.UU. el pasado 22 de enero. Su plan era solicitar asilo, pero ni siquiera pudo presentarse ante un juez. “Ahora mi vida corre peligro aquí”, afirmó con evidente preocupación. Su situación es particularmente delicada, pues asegura que buscaba protección y no solo una mejora económica. Ahora se enfrenta a la incertidumbre de un regreso no planificado.
Una realidad que se repite
Los testimonios de Carlos, Alexander y José reflejan la difícil situación que enfrentan muchos colombianos que buscan una oportunidad fuera del país. La falta de empleo, la inseguridad y la falta de perspectivas los obliga a arriesgarlo todo por un futuro mejor, solo para ser devueltos con las manos vacías y un panorama incierto en su tierra natal.
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La crisis migratoria entre Colombia y Estados Unidos sigue siendo un tema de gran relevancia. Con cada vuelo de deportación, la realidad se vuelve más evidente: cientos de colombianos, al igual que miles de migrantes de otras nacionalidades, ven sus sueños truncados en la frontera norteamericana. Muchos, como Carlos, Alexander y José, ahora se preguntan qué hacer a continuación. Lo único claro es que su lucha por una vida mejor no termina con el retorno, sino que apenas comienza.