En pleno corazón de Asia Central, un país bajo el yugo de una dictadura familiar se mantiene aislado del mundo, censurado, sin posibilidad de cambios, y con un control absoluto sobre todos los aspectos de la vida de sus ciudadanos. Turkmenistán, desde su independencia en 1991, se ha erigido como una de las dictaduras más herméticas del planeta, con un régimen que prohíbe incluso lo más básico, como el acceso a internet, la barba o escuchar ópera.
Tras la disolución de la Unión Soviética, Turkmenistán proclamó su independencia, pero jamás transitó hacia la democracia. En su lugar, Saparmurat Niyazov, exlíder del Partido Comunista local, consolidó un régimen autocrático que duraría más de tres décadas. Conocido como Türkmenbaşy (Padre de los Turkmenos), Niyazov llevó al país hacia un autoritarismo extremo, imponiendo medidas que transformaron al país en una suerte de laboratorio del control totalitario.
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En 2006, su muerte no significó un cambio, puesto que su sucesor, Gurbanguly Berdimuhamedow, consolidó el poder de la familia, aferrándose a un control total, y aunque suavizó algunas medidas, no hubo ninguna apertura significativa. Su mandato culminó con el traspaso del poder a su hijo Serdar, quien fue elegido en unos comicios sin observación internacional, perpetuando la estructura dinástica.
El culto al líder y sus excentricidades
Niyazov y luego Berdimuhamedow han cultivado una imagen casi divina. Desde estatuas de oro hasta libros obligatorios, como el Ruhnama, escrito por Niyazov, la vida de los turcomanos gira en torno a sus líderes. Esta adoración incluye políticas de censura extrema, con la prohibición de actividades como la ópera, el ballet y hasta el circo, considerados “innecesarios”. En el plano cultural, se buscó modelar a la población según las pasiones del líder, como los caballos Akhal-Teke, a los que se les dedicaron poemas.
Hoy en día, Turkmenistán es uno de los países más represivos del mundo, ya que los derechos humanos se ven sistemáticamente violados, y el gobierno mantiene un control férreo sobre todos los aspectos de la vida cotidiana. El acceso a internet está severamente restringido, y las redes sociales están bloqueadas. Cualquier forma de disidencia es castigada con la cárcel o la desaparición.
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Aunque posee vastas reservas de gas natural, el gobierno centraliza y opaca la economía, sin generar beneficios sociales. Mientras la élite presidencial acumula riquezas, el pueblo sufre de escasez, inflación y una pobreza generalizada. La migración masiva es una respuesta inevitable ante un régimen que ofrece pocas alternativas a la población.
A más de tres décadas de su independencia, Turkmenistán sigue siendo un enigma hermético, un país donde la libertad es un sueño distante y la opresión una constante. La familia que gobierna ha perfeccionado un régimen que no permite disidencia ni apertura.