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Garabatos: ¿Dónde enchufamos el progreso?

Por Rubén Darío Valencia

Elon Musk, figura central del mundo tecnológico, ha lanzado recientemente una advertencia que resuena con fuerza inquietante: nos acercamos a una crisis eléctrica global sin precedentes. No es un grito vacío. Es el reconocimiento de un hecho inevitable: la demanda eléctrica está creciendo a un ritmo que el sistema actual de generación (esencialmente hidroeléctricas) simplemente no puede sostener. La revolución tecnológica que lideran la inteligencia artificial, las criptomonedas y los autos eléctricos —símbolos del futuro prometido— podría colapsar si no resolvemos una pregunta clave: ¿dónde vamos a enchufar todo este progreso?

La inteligencia artificial, con su acelerado avance, depende de una infraestructura oculta pero gigantesca: los centros de datos. Hoy, estos centros consumen entre el 2% y el 3% de la electricidad global, y ese porcentaje se incrementa vertiginosamente a medida que la IA se integra en salud, educación, industria y defensa. Cada nuevo modelo de lenguaje o sistema de entrenamiento requiere millones de operaciones por segundo, lo que implica una demanda eléctrica que ya compite con la de países medianos. A esto se suma la minería de criptomonedas, en especial de Bitcoin, que aunque representa menos del 1% del consumo eléctrico global, está altamente concentrada en ciertas regiones, ejerciendo presión sobre redes locales. Algunos estudios muestran que el consumo de energía de la red de Bitcoin supera al de países como Argentina o Finlandia.

Por otro lado, los autos eléctricos, si bien buscan reducir las emisiones de carbono, han comenzado a trasladar esa carga ambiental hacia la matriz eléctrica. Si no electrificamos con fuentes limpias, el beneficio ambiental se diluye. Además, a medida que se multiplican los puntos de carga, las redes urbanas y suburbanas enfrentan una tensión para la cual no fueron diseñadas. No es solo una cuestión de generación, sino de infraestructura. El crecimiento del parque de vehículos eléctricos está planteando la necesidad de rediseñar completamente el sistema de distribución eléctrica. ¿Está Emcali preparada para la demanda de energía con destino a los carros eléctricos que cada vez circulan más por la ciudad?

Pero el dilema no termina ahí. La industria pesada, que incluye sectores como el acero, el cemento, el aluminio y los productos químicos, sigue siendo el mayor consumidor de electricidad del planeta, con un 37% del total global. La producción de aluminio, por ejemplo, es una de las más intensivas energéticamente, y es fundamental para la construcción, el transporte y la misma tecnología. A esto se suma el consumo residencial, responsable de aproximadamente un 25% de la electricidad mundial, impulsado por el aumento del uso de electrodomésticos, calentadores, cocinas eléctricas y, sobre todo, aire acondicionado. En países con climas cálidos, el uso de sistemas de climatización se está disparando y podría triplicarse para 2050 si no se adoptan tecnologías eficientes. El progreso, la comodidad y el lujo se paga con los ríos.

El sector de las telecomunicaciones también se ha convertido en un consumidor relevante. Las redes 5G, los servidores de telecomunicaciones y los sistemas de transmisión de datos en todo el mundo representan una carga energética constante, alimentada por la creciente conectividad de miles de millones de dispositivos y sensores. Y en el horizonte aparece una nueva promesa, tan limpia como voraz: la producción de hidrógeno verde. Aunque es esencial para descarbonizar industrias y transporte, el proceso de electrólisis que requiere para separar el hidrógeno del agua necesita grandes cantidades de electricidad, preferiblemente renovable, lo que complica aún más el equilibrio energético.

En este contexto, resulta imperativo repensar la forma en que generamos, distribuimos y usamos la electricidad. Es necesario acelerar la expansión de energías renovables como la solar, la eólica y la hidroeléctrica, para que dejen de ser alternativas y se conviertan en la base firme del sistema. Pero también hay que incorporar inteligencia: la misma IA que consume energía puede ayudarnos a optimizar redes, predecir picos de demanda y automatizar el uso eficiente de recursos. El rediseño urbano es otra pieza clave: electrificar el transporte público, promover ciudades caminables y reducir la dependencia del vehículo individual pueden aliviar una parte considerable de la carga energética.

La electricidad es la sangre del mundo moderno. Pero si seguimos exigiendo más sin reorganizar nuestras arterias, la sobrecarga será inevitable. El progreso no puede medirse solo por la innovación que produce, sino también por la sostenibilidad que garantiza. Al final, la pregunta no es cuántos enchufes necesitamos, sino qué tipo de futuro queremos alimentar. ¿En dónde enchufamos el progreso? La respuesta definirá si entramos en una nueva era de prosperidad o en un colapso que la tecnología no podrá evitar.

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